Extinguirse es algo normal en la historia de la vida, de ahí, una gran mortandad
De vez en cuando un especie desaparece porque cambian las condiciones ambientales, o aparece un nuevo depredador, o porque pierden su capacidad competitiva a la hora de conseguir alimentos.
Sin embargo, en determinados momentos de la historia de la Tierra se han producido extinciones masivas, catástrofes mundiales que destruyen ecosistemas completos y aniquilan a decenas de miles de especies. Han sido tan determinantes que han servido para definir la historia geológica: en 1984 el geólogo John Phillips definió las fronteras que separan el paleozoico, mesozoico y cenozoico porque descubrió que en los estratos de roca que había por encima de cada una de esas fronteras había formas de vida que eran diferentes a las que había debajo.
Resultaba obvio que si había un cambio radical en las especies es que debía haber sucedido algo catastrófico. De la media docena de extinciones masivas que han sucedido en la historia del planeta (pues en criterio de algunos, estamos inmersos en una sexta extinción cuya causa es el ser humano), una ha sido especialmente devastadora: la extinción del Pérmico, hace 250 millones de años, donde se estima que el 80% de todas las especies de entonces desaparecieron, incluyendo el 96% de la vida marina y el 70% de los vertebrados terrestres. Dicho en pocas palabras, la vida estuvo a punto de desaparecer de la faz de la Tierra. Durante millones de años nuestro planeta fue un páramo casi sin vida, un planeta en el que tan sólo proliferaban los seres vivos más duros y resistentes, los hongos.
El astrobiólogo de la Universidad de Washington Peter Ward, experto en este momento de la historia de la Tierra conocido como la Gran Mortandad, lo ha dicho muy claro: "al final del Pérmico virtualmente no podías ver nada vivo". La Tierra necesitó 30 millones de años para recuperarse. Nadie sabe cuál o cuáles fueron las causas para semejante desastre. Algo nada extraño, habida cuenta de que sucedió hace 250 millones de años y la inmensa mayoría de las pruebas geológicas han desaparecido o están enterradas en las profundidades de la corteza terrestre. Así que geólogos y paleontólogos deben buscar cualquier rastro, por mínimo que sea, que les dé pistas de lo que pudo haber pasado. Y no es fácil, aunque en realidad solo unos pocos fenómenos pueden dar cuenta de lo sucedido.
Es obvio que solo pudo desencadenarlo un suceso catastrófico, véase un vulcanismo desmesurado, un impacto meteorítico... Además, este cataclismo de corta duración tuvo que desencadenar toda una oleada de eventos de mayor duración, como lluvia ácida o un calentamiento global. Enfrentados a este panorama los geólogos pueden tomar uno de estos dos caminos: o piensan que hubo un factor dominante, si no el único, que causó la extinción en masa y el resto son simples consecuencias de lo sucedido, o que hubo una serie de sucesos -unos más intensos y otros menos- pero que no ninguno fue un factor crítico para la extinción. Es lo que podríamos llamar un escenario estilo Asesinato en el Orient Express, en honor a la novela de Agatha Christie donde son varios los asesinos y todos igualmente relevantes. No hace falta decir que candidatos no faltan: si hablamos de asteroides o cometas se ha descubierto un impacto que podría estar relacionado con la extinción en Brasil, el cráter Araguainha; pero si pensamos en una intensa actividad volcánica debemos mirar hacia Siberia, donde se han hallado pruebas de que 1,5 millones de metros cúbicos de lava fluyeron de una grieta gigantesca en la corteza.
Semejante erupción pudo provocar que ardieran vastas extensiones de terreno, un oscurecimiento del cielo por culpa de las cenizas volcánicas y una alteración en el clima y una acidificación de los océanos debido a las enormes cantidades de dióxido de carbono liberadas en la atmósfera. Se ha podido comprobar que esto último sucedió tras analizar las conchas calcáreas de fósiles de braquiópodos, unos organismos similares a las almejas, que se han encontrado en los Alpes. En resumen, que la atmósfera se llenara con gases como el dióxido de carbono, el metano y el dióxido de azufre habría provocado un calentamiento global letal, que unido al agotamiento del oxígeno en los océanos, la lluvia ácida y una contaminación atmosférica disparada en metales pesados habrían desencadenado la extinción.
Ahora bien, ¿cuál fue la causa de este vulcanismo generalizado? ¿La tectónica de placas? ¿La caída de un asteroide? ¿Fue éste el asesino que disparó todo o solamente un cómplice? Sea como fuere, tras analizar siete capas de material volcánico del sur de China los investigadores creen que la extinción que marcó el final del Pérmico se produjo en menos de 31.000 años, un suspiro desde un punto de vista geológico. Y no solo eso, sino que se sospecha que, independientemente de cuál fuera la causa, durante los 5 millones de años siguientes se produjeron varias olas de extinción, que fueron mermando aún más la maltrecha biodiversidad que habría sobrevivido a la catástrofe inicial.
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