Amanece en el Roque de los Muchachos, el punto más alto de la isla de La Palma. Cualquiera que haya visitado el mirador que corona este pico del Parque Nacional de la Caldera del Taburiente se habrá dado cuenta de que se trata de un emplazamiento único con una vista panorámica al océano Atlántico… y a la inmensidad de la bóveda celeste.
El lugar no ha sido escogido al azar, y es que esta zona de las Canarias es conocida por la claridad de sus cielos, protegidos por una ley nacional que asegura los estándares de calidad del aire recomendados por la Unión Astronómica Internacional. En el archipiélago, calificado como ‘reserva astronómica’, la ausencia de contaminación lumínica, los bajos campos electromagnéticos y los efectos de la contaminación (incluyendo las interferencias de las rutas aéreas), están garantizados.
No en vano, este emplazamiento único acoge el Observatorio del Roque de los Muchachos (ORM), donde se encuentra una de las baterías de telescopios más completa del mundo. Allí se aloja el Gran Telescopio Canarias, el mayor telescopio óptico del planeta, así como una veintena de otros telescopios destinados a distintos tipos de estudio con los que se han realizado importantes avances en el estudio del universo, entre ellos el de la galaxia más lejana, la expansión del cosmos o la confirmación de la existencia de los agujeros negros.
Pero ahora no nos centramos en esa noche despejada que nos permite observar hasta los puntos más recónditos del universo, sino en la claridad del día. Y es que el Roque de los Muchachos también será el hogar del nuevo Telescopio Solar Europeo (EST, por sus siglas en inglés), una maravilla de la ciencia y la tecnología que nos permitirá ahondar sobre los todavía insondables misterios de nuestra estrella. No será el primer telescopio solar del observatorio, donde están instalados el Telescopio Solar Sueco (SST) de 1 metro de diámetro y el Telescopio Abierto Holandés (DOT) de 45 cm de diámetro, aunque sí el más avanzado y el que contará con un conjunto de instrumentos más completo.
El Sol es un sistema dinámico, con cambios y perturbaciones que podrían tener consecuencias dramáticas para el ser humano
Pocos objetos nos resultan tan familiares, fascinantes y enigmáticos como el Sol. Aparece cada día en el horizonte, pero nos sigue pareciendo un enigma insondable. Cuando lo observamos a través de un telescopio solar, el enorme disco amarillo se transforma en un fantástico mundo en movimiento, en el que protuberancias del tamaño de un planeta se elevan hacia la inmensidad del espacio. Y es que el sol no es sólido, líquido ni gaseoso, sino que está constituido por lo que se conoce como plasma, lo que se denomina el ‘cuarto estado de la materia’, que se forma cuando los electrones son arrancados de los átomos y quedan libres junto a los protones, lo que convierte al plasma en un poderoso conductor de la electricidad. Y por si eso fuera poco, está plagado de campos magnéticos. La mayoría se encuentran bajo la superficie, pero algunos tubos de flujo magnético (haces de líneas del campo magnético), cuyo grosor puede ser superior al diámetro de la Tierra, emergen a la superficie en forma de manchas solares, que marcan el lugar donde el magnetismo es más intenso. Esa actividad magnética genera el viento solar, que arroja al espacio millones de toneladas de plasma a gran velocidad.
O lo que es lo mismo, a pesar de lo que se pueda pensar, el Sol es un sistema dinámico y activo, con cambios y perturbaciones que, potencialmente, podrían tener consecuencias dramáticas para el ser humano. Pero es que además, más allá del potencial peligro, existen otras muchas razones para estudiarlo.
UN LABORATORIO NATURAL
Por un lado, es un excelente laboratorio de física de plasmas, donde se pueden observar las interacciones entre el plasma solar y los campos magnéticos en condiciones que no pueden ser reproducidas en un laboratorio o pueden realizarse a partir de simulaciones numéricas.
Además, proporciona a la comunidad científica una clave fundamental para entender cómo funciona el resto del universo, y sirve de referencia a la hora de estudiar la composición química, la estructura y la evolución del cosmos.
Las perturbaciones del viento solar afectan directamente al campo magnético terrestre, y bombean energía a los cinturones de radiación, lo que puede afectar a los satélites, a las redes eléctricas o a los dispositivos electrónicos de la Tierra. El estudio de estos procesos permitirá a los científicos predecir mejor su periodicidad y reducir sus consecuencias.
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