Pero debemos empezar hablando de la figura de Roy Chapman Andrews, explorador, aventurero y naturalista norteamericano del cual se dice que inspiró la creación del personaje de Indiana Jones, el ficticio arqueólogo.
Andrews trabajó en el Museo Americano de Historia Natural desde joven y empezó a participar en expediciones y excursiones zoológicas. En 1919, organizó una expedición zoológica a Mongolia, lo cual plantó la semilla de la idea de una expedición mayor.
Por aquel entonces, a principios del siglo XX, y finales del XIX, se creía que Asia había sido la cuna de los mamíferos. Que, tras la extinción de los dinosaurios, había sido en Asia donde se diversificaron inicialmente. Y esta idea, para algunos naturalistas, incluía al origen de nuestro linaje.
Con la idea de localizar el origen de los mamíferos en mente, y contando con la experiencia de Roy Chapman Andrews a bordo, el Museo Americano organizó la primera expedición al Desierto del Gobi en 1921. Para abril de 1922 ya habían encontrado los primeros fósiles, entre ellos Psittacosaurus, un dinosaurio primitivo del grupo de los ceratopsios (al que pertenece, por ejemplo, el popular Triceratops). Llamaron a esta prolífica zona “Flaming Cliffs”, que viene a significar algo como “acantilados flamígeros o llameantes” debido al efecto de la luz del atardecer en sus afloramientos.
En verano de 1923 volvieron a esta zona y los hallazgos de la expedición fueron todavía más memorables. Encontraron muchos esqueletos de Protoceratops (otro ceratopsio primitivo) de diferentes edades, desde crías recién nacidas hasta adultos totalmente creciditos. Este hallazgo fue sumamente importante, ya que, hasta este momento, poco sabíamos sobre el crecimiento y desarrollo de los dinosaurios. Y de repente, teníamos acceso a toda la secuencia de crecimiento de esta especie. Más histórico aún fue el hallazgo de huevos, organizados en lo que debieron de ser los nidos. Nidos con huevos que nunca llegaron a eclosionar y quedaron enterrados hace más de 70 millones de años.
El equipo supuso (erróneamente, como veremos más adelante) que debía tratarse de huevos de Protoceratops, ya que este dinosaurio era el más abundante en la zona, e incluso habían encontrado crías recién nacidas.
En esta expedición también encontraron fósiles de dinosaurios terópodos (el grupo de los carnívoros). El primero de ellos era un terópodo muy extraño del que os hablamos hace poco, Oviraptor philoceratops (cuyo nombre significa “ladrón de huevos con gusto por los cara con cuernos”), del que se consideraba que lo habían encontrado con las manos en la masa junto a un nido de Protoceratops. Con el tiempo se descubrió que los huevos eran del propio Oviraptor, y más que pillado depredando, la fosilización le pilló cuidando de sus nidos.
Otro dinosaurio carnívoro hallado en esos mismos yacimientos por la segunda expedición fue un pequeño dinosaurio carnívoro de hocico alargado, dientes afilados de pequeño tamaño y garras terribles. Aquel primer ejemplar consistía únicamente en el cráneo y una garra. Este más que parcial esqueleto fue el que usó Henry F. Osborn para definir en 1924 una especie que, con el tiempo, se ha convertido en uno de los dinosaurios más populares: Velociraptor mongoliensis. Posteriores expediciones llegaron a encontrar esqueletos completos de este temido y querido dinosaurio terópodo.
Otro pequeño terópodo parecido a Velociraptor que también fue hallado en aquella expedición fue Saurornithoides (cuyo nombre significa “con forma de lagarto y pájaro”), y también definido y publicado por Osborn en 1924.
Lamentablemente, con el paso del tiempo las relaciones entre el Museo Americano de Historia Natural, o mejor dicho el propio Andrews, y el Gobierno de Mongolia fueron volviéndose tensas. Esto ocurrió en parte debido a la subasta -no autorizada, obviamente- de un huevo con la que se intentó conseguir financiación para una nueva expedición. Debido a esto, la expedición de 1925 fue la última en la que pisaron el Gobi de Mongolia en aquella primera etapa, ya que fueron expulsados, e incluso acusados de espionaje. Hubo expediciones posteriores hasta 1930, pero se limitaron a explorar territorio Chino sin entrar en Mongolia.
A partir de 1927 empezaron a tener lugar nuevas expediciones, pero en esta ocasión los paleontólogos implicados fueron suecos y chinos. Luego, polacos y mongoles. Incluso coreanos. Y en años recientes, y tras restablecer las buenas relaciones, el propio Museo Americano ha vuelto satisfactoriamente al Gobi.
Todavía nos llegan novedades de estos yacimientos, ya que es un desierto con una enorme extensión, y donde abundan tanto los afloramientos cretácicos como cenozoicos. Así que, con seguridad, volveremos a hablar de este mágico lugar.
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